El momento tiene tal carga emotiva que solo la mera presencia de alguien cercano, dispara la emoción hasta el máximo en tan solo un segundo.

Si hay un momento entrañable y emotivo en una ceremonia de boda simbólica, este es sin ninguna duda el que entraña la participación de familiares y/o amigos. El momento tiene tal carga emotiva que solo la mera presencia de alguien cercano, dispara la emoción hasta el máximo en tan solo un segundo.

Como ya he explicado en alguna ocasión, el contexto de una ceremonia de boda simbólica es muy favorable, ya que todo lo que rodea al momento crucial es verdad.

No hay imposturas; no hay necesidad de aparentar o de falsear nada. Todos los que allí asisten son porque significan algo para la pareja. Y porque quieren estar allí, pues afortunadamente la época de asistir a muchas bodas por compromiso ya pasó. Por todo este entramado de factores, la autenticidad preside el ambiente. Y por ello mismo, cuando cedo la palabra a familiares o amigos, tan solo por el mero hecho de verse cara a cara con los novios en ese encuadre que perdurará por siempre en sus recuerdos, ya supone un impacto crucial. 

Un buen guión es determinante, pero no sirve de nada si las intervenciones de familiares y amigos no están bajo control.

Por ello, para que esta presión no se apodere de la situación, es interesante darles seguridad y confianza. 

Es necesario darles buenas indicaciones para construir su discurso. Y aportarles confianza y seguridad en el directo mismo, para que puedan desarrollarse con cierta holgura. Y lo más importante de todo: La medida del tiempo. Un momento así arranca desde el principio. Una intensidad máxima. Si el tiempo de exposición no es medido, puede caerse en el error de que la intensidad se vaya desvaneciendo y con ella, la atención de los asistentes vaya decayendo. Es clave evitar que esto suceda. 

El maestro de ceremonias debe controlar estos detalles para tratar de prever estas carencias e intentar suplirlas. 

El momento de los parlamentos es, tal vez, la clave para que una ceremonia resulte redonda. A lo largo de mi experiencia oficiando ceremonias he vivido, tanto momentos brillantes, como momentos hilarantes. Momentos en los que tener que distanciarme mentalmente para no contagiarme por la emoción a flor de piel. Y momentos incómodos porque la persona que está interviniendo se ha pasado de duración, o está totalmente fuera de lugar. Porque hay quien, pretendiendo ser gracioso, queda en eso: mera pretensión. Ya os contaré algunas anécdotas que ayudarán a clarificar, más si cabe, este artículo que hoy expongo.

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