La irrupción de la pandemia causada por el COVID-19 y su influencia en el presente y futuro de las ceremonias simbólicas.
Recuerdo perfectamente la sensación de recibir el año nuevo imaginando este veinte-veinte como algo bello, esperanzador, redondo… Un año en el que continuar sumando amigos de esos que me recuerdan asociándome al instante preciso en que se dan el sí quiero ante sus familiares y amigos. Veinte-veinte; la conciencia estética aplicada a la percepción de las cifras que se ha descalabrado completamente, debido a la cara más amarga de la realidad. Recordaremos este veinte-veinte por el resto de días que nos quedan por vivir.
Sabemos cómo eran las ceremonias hasta esta encrucijada que la historia nos plantea. Sabemos cómo serán cuando la amenaza del presente se convierta en un reflejo pasado. Mientras tanto, la pregunta que más me han planteado en los últimos días tiene una respuesta demasiado incierta como para permitirme el responderla con seguridad.
¿Cómo serán las ceremonias en la “nueva normalidad”?
Escribo este artículo un jueves veintiocho de mayo. Hasta este momento, ni me he atrevido a escribir nada, ni la situación abrumadora me permitía focalizar mi pensamiento, siquiera para intentarlo. A día de hoy, la lógica me conduce a apostar por la prudencia. No sabemos a ciencia cierta si la actual tendencia favorable en la desescalada se mantendrá. Tampoco sabemos cómo evolucionará la pandemia al adentrarse en pleno verano. En este contexto, lo que me aventuro a afirmar es que el único consejo que estoy dispuesto a compartir es el siguiente:
Por difícil que resulte, es mejor que en este momento no sea el corazón quien tome la iniciativa en cuanto a las decisiones que debemos afrontar con respecto a algo tan sumamente importante como es la celebración pública de una ceremonia.
Es fundamental mantener la lógica en primer plano; adaptarnos paso a paso. Y no sucumbir al desencanto si no tenemos más remedio que posponer nuestra fecha de encuentro con la historia.
En cuanto la situación sea favorable, a partir de la fase tres –las autoridades sanitarias así nos lo harán saber, llegado el momento–, podrán realizarse ceremonias con un número reducido de invitados –un porcentaje muy alto de mis ceremonias siguen esta tendencia, creciente en los últimos años–. Y todo ello será siguiendo firmemente los protocolos de seguridad –aire libre, distancia social, uso de mascarillas… responsabilidad, sentido común y educación, en definitiva–. Os recomiendo la lectura de este artículo en el que un compañero fotógrafo explica con claridad los aspectos que por ahora conocemos de esta realidad.
Este período se extenderá hasta que la ciencia nos aporte un tratamiento o solución fiable ante el efecto que el COVID-19 causa en nuestro sistema inmunológico. Hasta ese instante feliz, nada más podemos aportar en cuanto a datos contrastados fiables.
Nada más puedo aportar; nadie puede aportarlo desde la lógica del presente. Todos deseamos que esta situación se transforme de una vez en un amargo recuerdo que poder relatar.
Y no hay nada que desee más que poder disfrutar de vuestra compañía; nada más enriquecedor que poder ser espectador en primera línea de vuestra felicidad. Este deseo lo dejo aquí por escrito.
Cierro como abrí este artículo: prudencia, observación y capacidad de respuesta. Me tenéis para escuchar vuestras dudas; para tratar de aportaros un poco de calma en esta turbulencia que estáis viviendo quienes observáis como la cuenta atrás se acelera y todavía no se puede ver con claridad qué va a poder suceder y cómo. Aquí me tenéis para daros apoyo e intentar por todos los medios que el desánimo no os pase más factura de la debida.
Porque sois vosotros pero también, soy yo. Somos todos. Parejas y profesionales.
Todos estamos juntos en esto y juntos vamos a salir de aquí, para volver a emocionarnos con las historias que dan sentido a este mundo imprevisible que habitamos, ¿me equivoco? Me encantará saber cuál es tu opinión al respecto. Puedes escribírmela en la sección de comentarios al pie de esta página.