En nuestro entorno cultural cristiano, aquellos niños y niñas –cuya familia no tenga un arraigo religioso– pueden también disfrutar de una celebración formal sin connotaciones de este tipo. Es lo que podemos identificar como una “comunión laica”, o Ceremonia de juventud.

Se trata de un momento para exaltar la historia de la persona protagonista, así como los sentimientos que genera en su entorno familiar.

Un acto con tintes ceremoniales –para revestirlo de la importancia que merece– en donde las palabras y las emociones copan de significado algo que, de otro modo, podría quedar frío e incluso impersonal. Además, la versatilidad poder celebrarse en el mismo lugar donde se lleve a cabo el banquetes, dota a este formato de muchas más ventajas que carencias.

La ceremonia de jubilación es un regalo –reconocimiento– que, tanto familiares como compañeros de trabajo de la persona protagonista, pueden ofrecerle como regalo perfecto. Enclavado en la celebración, consiste de un momento auténtico en que las palabras copan la situación para modular las emociones y generar un recuerdo imborrable.

La historia de la persona protagonista; sus principales rasgos y las anécdotas imprescindibles que dotan de contenido a toda una vida profesional que termina para dar paso al merecido descanso. El guión de la ceremonia será el recuerdo que guardará por siempre con el valor de lo que es único, personal e intransferible.

La belleza de una ceremonia que conmemora los veinticinco –o los cincuenta– años de un matrimonio es absoluta. Lo es, tanto por la emotividad que destila el ambiente como por la sensación de gratitud que se percibe en cada gesto y en cada mirada.

La historia que copa el guión de la ceremonia es, en este caso, el regalo perfecto por parte de los familiares. Puede conformarse de forma secreta, a partir de una entrevista con hijos, nietos, sobrinos… para escuchar por mi parte cómo esa pareja forjó su realidad y la cuidó durante todo el tiempo que les ha traído hasta el presente.

Sea escrito de forma secreta –o directamente escuchando la propia voz de la pareja–, el resultado es un viaje escrito a través de mucho tiempo y experiencias conjuntas. Un recuerdo hermoso que quedará para siempre en la historia de la familia.

La ceremonia de despedida es un modo de despedir al ser que ha dejado de existir, sin ninguna connotación religiosa que enturbie el valor del instante.

Dándole la importancia que tienen, tanto el peso de las emociones como la latente gestión del duelo, el hilo conductor del acto es la belleza del lenguaje y un recuerdo justo –y respetuoso– de la persona fallecida.

Adaptado a la realidad de cada contexto, el modo de articular –y de moderar– el acto lo dota de un carácter único y personal. Además, la posibilidad de que familiares o amigos intervengan en momentos puntuales le otorga una naturaleza mucho más sincera y consecuente que cualquier otro modo de decir hasta siempre a alguien significativo en tu vida.